Desde mis comienzos con la cerámica, evitaba la intervención/ayuda en mis trabajos, no sabía a qué respondía ésa actitud, pero no me gustaba que nadie interfiriera. Era mi trabajo, mi momento.
Fue en la escuelita de mi hija, donde entré en contacto con La Expresión. Al interesarme por la forma de tratar el dibujo y la arcilla, descubrí unos talleres basados en la Educación Creadora, de Arno Stern. Fascinada, asistí a algunas charlas de Miguel de Castro y Vega Martín y finalmente, hice un curso intensivo en Diraya (Bilbao).
Ya me entendía un poco mejor a mí misma.
Fueron años de experimentación, trabajando con niños, adolescentes y adultos, grupos heterogéneos y no tanto. Se trataba de observar y encontrar los caminos por los que La Expresión, puede volver a fluir. Porque liberados de las limitaciones y los bloqueos que los juicios nos producen desde nuestra infancia, nos hayamos en mejor situación para aceptarnos a nosotros mismos, ganar confianza y autoestima y ser un poco más… nosotros.
Cada persona está llena de matices únicos, porque su vida ha sido única y así, su forma de enfrentar la vida es única. Por eso, cada uno necesita encontrar y recorrer un camino diferente, que le permita volver a Expresar, a sentirse y aceptarse, como ser único que es.
Los niños, tienen el punto de partida más cercano y el trabajo resulta sencillo, gratificante, inmediato.
Los adultos necesitamos más tiempo, más ganas y la apertura, que vamos perdiendo. El barro ayuda. Si nos dejamos, nos pone inmediatamente a escarbar en nuestro interior, le confesamos nuestros miedos y limitaciones y nos relaja. Es el comienzo.
Ahora, recorre tu camino, reencuéntrate.